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Depilarte las piernas, lavarte con esponja y jabón de coco porque lo vas a ver. Ya lo has visto antes, las manos grandes y suaves, el lunar en la mejilla derecha, y la risa. Sobre todo lo has visto reír. El encuentro será estrictamente profesional. Estará dispuesto, tranquilo, como siempre. No pierdes tiempo coqueteándole. Lo besas torpemente y rápido lo guías a tu cama. Tu cama olerá a dulce, como siempre.

Te va a besar, lento y profundo. Debajo de tu camisa de señor, te va a tocar la espalda y las tetas. Se van a desvestir en lo que parece una eternidad. Le vas a besar el cuello mientras le dices que lo deseas. Va a sonreír. El tiempo se va a desdibujar. Dirá que le gusta. Cuando no te esté besando, gemidos pequeños se van a escapar de sus labios. Te vas a mojar. Mucho. Te ha pasado antes. Normal. Te vas a acordar del día que te dijo que eras una diosa. Te va a penetrar. Te va a besar entre las piernas. Él, maravillado con tu placer, que es suyo. Eyaculas en su boca un poco sin entenderlo. Se abrazan, menos de lo que quisieras. Se despiden. Te vas a encontrar en una cama mojada en la que jamás habías amanecido. Vas a acercar tu nariz a las sábanas y el olor será casi dulce, casi inexistente. Entenderás exactamente qué pasó, y te repetirás a ti misma que nunca había pasado. Que nunca había sido así.

Cuando estés sola vas a entender que no conocías tu cuerpo como creíste que lo hacías. Te vas a quedar sentada en tu cama mojada con las cobijas cubriéndote las tetas como si alguien pudiera verte, y vas a sonreír. Te vas a sentir vulnerable, vas a llorar y empezarás a preguntarte -por primera vez desde que comenzaste a coleccionar amantes- si vas a volver a pasar, con él, con otros, otras, otres; si será con alguien que conoces o un desconocido de esos veloces que llevas años apuntando en una libreta color pastel.

Y ahí, acostada en tu cama, hecha piscina entenderás que no conocías los límites de tu cuerpo. Que entregas más de lo quieres dar y eso te satisface. Estabas acostumbrada a coger buscando el placer rápido que te dejaba lista para emprender la huida. Te aprendiste los pasos. Aprendiste a no volverles a ver. Aprendiste a estar en control. Siempre. Veinticuatro horas antes conocías el piso sobre el que caminabas y ahora el piso es desconocido… el goce de lo desconocido.

“Desjerarquizar el amor” diría cualquier página de una revista llamada Pikara. Pero es que, ante lo desconocido de coger con amigos que quieren cuidarte, ante la sensación que no se termina de la complicidad, ante la intimidad que solo sucede en la amistad, ante lo que se creía una imposibilidad, solo se teje una suerte de resistencia. Una de esas que se espera que dure.

…las hijas de Oshun, bendecimos con agua a los amigues que nos adoran.

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